Benedicto XVI ha dicho en la capital francesa (Público, 13-09-08) que hay que alejarse de la idolatría y que uno de los ídolos al que no hay que adorar es el dinero, pues su culto “aleja al hombre de la felicidad”; sobre todo, agrego yo, al hombre e incluso a la mujer que no lo tienen.
El sumo pontífice de Roma asegura en París, asimismo, que la idolatría es "una falta grave, un escándalo, una peste" y que el dinero, el afán de tener, de poder e incluso de saber desvían al hombre de su verdadero fin, que es dios.
No puedo estar más de acuerdo; el afán de saber, es decir de conocer la realidad, de usar la razón para desentrañar los intríngulis de nuestra existencia, nos aleja de tener que echar mano de mitos, misterios, dogmas y dioses.
Todo un miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia como es, o ha sido, Joseph Ratzinger, nos anima a la ignorancia pues sólo desde ésta, según se desprende de la noticia de su homilía parisina, es posible que el hombre llegue a dios.
Desde luego, si fuera cierto lo que dice Benedicto: “es una falta grave… el afán de saber” y, por consiguiente, sólo los zotes van a llegar a su divino fin, el cielo va a tener muy pocos inquilinos. ¿Quién no ansía saber más, lo consiga o no? Pocos gozaremos de las dulzuras del amor divino, ni siquiera Ratzinger que, según parece, se ha esforzado toda su vida por “saber más”.
El anatematizar a la sabiduría puede crear un tremendo desasosiego pues cuanto más sepamos más nos alejamos de dios, que está en el cielo y, por consiguiente, más cerca estaremos del diablo y del restaurado infierno. En los dominios de Satán no habrá más que almas que, en vida, se esforzaron en el saber.
Sin embargo, tampoco es para devanarse mucho los sesos con la preocupación de si vamos a ir o no al infierno pues, según las deducciones de un docto amigo mío, nadie se librará de ocupar una plaza en el averno. Hete aquí el razonamiento que lleva al colega a tal conclusión: las religiones, por lo general, y las monoteístas de nuestro ámbito en particular (en todo caso, más de una) aseguran que quien no crea en el dios que cada una de ellas adora, inevitablemente irá al infierno; con esta premisa, nadie, ni siquiera su santidad, se librará de los tizonazos de Lucifer. No está permitido tener dos religiones por lo que si una no te condena al fuego eterno pues la practicas, te condenará la otra por no ser su seguidor.
El sumo pontífice de Roma asegura en París, asimismo, que la idolatría es "una falta grave, un escándalo, una peste" y que el dinero, el afán de tener, de poder e incluso de saber desvían al hombre de su verdadero fin, que es dios.
No puedo estar más de acuerdo; el afán de saber, es decir de conocer la realidad, de usar la razón para desentrañar los intríngulis de nuestra existencia, nos aleja de tener que echar mano de mitos, misterios, dogmas y dioses.
Todo un miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia como es, o ha sido, Joseph Ratzinger, nos anima a la ignorancia pues sólo desde ésta, según se desprende de la noticia de su homilía parisina, es posible que el hombre llegue a dios.
Desde luego, si fuera cierto lo que dice Benedicto: “es una falta grave… el afán de saber” y, por consiguiente, sólo los zotes van a llegar a su divino fin, el cielo va a tener muy pocos inquilinos. ¿Quién no ansía saber más, lo consiga o no? Pocos gozaremos de las dulzuras del amor divino, ni siquiera Ratzinger que, según parece, se ha esforzado toda su vida por “saber más”.
El anatematizar a la sabiduría puede crear un tremendo desasosiego pues cuanto más sepamos más nos alejamos de dios, que está en el cielo y, por consiguiente, más cerca estaremos del diablo y del restaurado infierno. En los dominios de Satán no habrá más que almas que, en vida, se esforzaron en el saber.
Sin embargo, tampoco es para devanarse mucho los sesos con la preocupación de si vamos a ir o no al infierno pues, según las deducciones de un docto amigo mío, nadie se librará de ocupar una plaza en el averno. Hete aquí el razonamiento que lleva al colega a tal conclusión: las religiones, por lo general, y las monoteístas de nuestro ámbito en particular (en todo caso, más de una) aseguran que quien no crea en el dios que cada una de ellas adora, inevitablemente irá al infierno; con esta premisa, nadie, ni siquiera su santidad, se librará de los tizonazos de Lucifer. No está permitido tener dos religiones por lo que si una no te condena al fuego eterno pues la practicas, te condenará la otra por no ser su seguidor.
En fin, en el infierno nos veremos papa Benedicto y, ya que se hace inevitable que así sea, mejor llegar espabilados que zoquetes. Claro que para lo que vamos a hacer allí lo mismo nos da; pero, mientras nos precipitamos si remisión a la condenación eterna, será mejor que nos preocupemos de saber lo más posible y así conseguir que nos engañen menos y poder rechazar los argumentos de bagatela de quienes, apoyándose en ellos, nos explotan y nos impiden tener una vida mejor (que es de lo que se trata) aquí, ahora y por lo siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario