Hace 40 años que el dictador Franco decidió que restablecía la monarquía en España y que el rey sería Juan Carlos de Borbón, que no tuvo inconveniente en reconocerse como sucesor del dictador, con la única legitimidad que le daba el dedo del militar rebelde que se levantó contra la la II Repíblica y que, a sangre y fuego, instauro un régimen tiránico hasta que murió. Ni siquiera respetó la ley sucesoria por la que el trono, en todo caso, le correspondía al padre de la criatura, un tal Juan de Borbón, nacido en La Granja. Le señaló el dictador (Público, 22-07-02009) y, ya está, sería rey él y sus descendientes a cambio de jurar los principios de Movimiento Nacional y lealtad al Caudillo y su régimen (Público, 22-07-02009).
Tras la muerte de Franco, lo democrático hubiera sido preguntar a la ciudadanía qué forma de estado quería pero no, los artífices de la transición camuflaron la monarquía juancarlista en la Constitución del 78 sin ninguna otra alternativa, por lo que quienes la iban a votar deberían elegir entre monarquía o caos.
Desde que el dictador le designó “sucesor a título de rey” han pasado 40 años y ahí sigue.
El muro de censura que los medios de comunicación y los políticos (incluidos los del otrora republicano PSOE) se han impuesto para mantener la figura inmaculada de su majestad, justifica sobradamente el buen cartel de que goza, a lo que también ha contribuido el que se le hayan atribuido, con más entusiasmo que rigor, cualidades casi taumatúrgicas en momentos importantes de la historia próxima de este país: transición, golpe de estado de Tejero…
A pesar de que tiene edad sobrada para jubilarse y pasar el negocio al heredero, al parece no se atreve (Público, 22-07-02009). Quizá para evitar que el personal repare en lo absurdo y antidemocrático que resulta que la jefatura del estado la decidiera hace 40 años un dictador y que la actualice la genética, y se plantee acabar con el momio y, por aquello de que “a la tercera va la vencida” y por pura lógica democrática, se empeñe en alumbrar la III República.
Y ¿qué hacer con el rey? Sencillamente, darle el despido por cese de negocio (Público, 22-07-02009).
Tras la muerte de Franco, lo democrático hubiera sido preguntar a la ciudadanía qué forma de estado quería pero no, los artífices de la transición camuflaron la monarquía juancarlista en la Constitución del 78 sin ninguna otra alternativa, por lo que quienes la iban a votar deberían elegir entre monarquía o caos.
Desde que el dictador le designó “sucesor a título de rey” han pasado 40 años y ahí sigue.
El muro de censura que los medios de comunicación y los políticos (incluidos los del otrora republicano PSOE) se han impuesto para mantener la figura inmaculada de su majestad, justifica sobradamente el buen cartel de que goza, a lo que también ha contribuido el que se le hayan atribuido, con más entusiasmo que rigor, cualidades casi taumatúrgicas en momentos importantes de la historia próxima de este país: transición, golpe de estado de Tejero…
A pesar de que tiene edad sobrada para jubilarse y pasar el negocio al heredero, al parece no se atreve (Público, 22-07-02009). Quizá para evitar que el personal repare en lo absurdo y antidemocrático que resulta que la jefatura del estado la decidiera hace 40 años un dictador y que la actualice la genética, y se plantee acabar con el momio y, por aquello de que “a la tercera va la vencida” y por pura lógica democrática, se empeñe en alumbrar la III República.
Y ¿qué hacer con el rey? Sencillamente, darle el despido por cese de negocio (Público, 22-07-02009).
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