Casi con leer la entrevista de Juan José Millás a Felipe González, es suficiente para hacerse una idea de lo trascendente que es ser un hombre de estado que puede permitirse el lujo moral de dudar si mandar asesinar a unas cuantas personas, da escalofríos, por el bien común. El otoño de González es inquietante.
Al PP se le llena la boca con improperios (esperando que se le llene la urna) maldiciendo de los titubeos del antaño líder del PSOE, sin echar un vistazo a la alforja de sus certidumbres donde podría encontrar, por ejemplo, los miles y miles de personas que mandó matar Aznar en Irak, sin muchas más pretensiones que las de aupar los pinreles a la mesita de la antesala del despacho oval, emulo de su Bush.
Si esas son las ideas que pasan por las mentes de nuestros próceres no es de extrañar que los de a pie, abrumados por opresiones múltiples, puedan pensar en elegir derroteros semejantes; quizá si no lo hacen es porque su bagaje moral no es tan liviano.
Sí, sí. Es el momento de rechazar cualquier violencia… no queda otro remedio.
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